La abuela yeyé

Una de las cosas que más me sorprendió al empezar a vivir en los Países Bajos fue la buena condición física de las personas mayores. Las espaldas erguidas, agilidad y rapidez a la hora de moverse y caras que desprenden vitalidad son las características que más me han llamado la atención desde el principio.

Siempre he atribuido este hecho a la buena calidad de vida en los Países Bajos, donde el nivel de estrés es, por lo general, bastante bajo (aunque los neerlandeses no lo sepan), se dispone del tiempo necesario para cuidarse y descansar y, además, muchísimas personas circulan en bicicleta, manteniéndose así en forma aunque no se lo propongan (haz click AQUÍ para leer el artículo “Bicicletas por doquier”).

A modo ilustrativo, te voy a contar la historia de quien yo llamo “la abuela yeyé”. Resulta que cuando uno tiene perro y lo lleva de paseo por la calle, la gente se detiene para saludar al animal - mi perra, Kiara, tiene un arte especial a la hora de poner ojos amorosos y consigue que cualquier desconocido se pare a darle mimos - y cuando haces todos los días el mismo recorrido por el barrio, acabas conociendo a tus vecinos. Así fue como conocí a Wil, una señora de 83 años de edad.

La primera vez que la vi estaba sentada en un banco en la puerta de su casa, tomando el sol. Kiara se paró a saludar y la señora me contó que estaba sentada fuera porque su marido había fallecido dos meses antes y allí, viendo a la gente pasar, se distraía momentáneamente de su tristeza y su enfado. “Qué pena”, me dije a mí misma y volví a casa un poco apesadumbrada, pensando que tiene que ser horrible perder a tu pareja independientemente de la edad que tengas pero que, siendo tan mayor, debe ser aún más complicado adaptarse a la nueva situación de soledad.

Unas semanas después volví a ver a Wil, saliendo del coche y cargada con bolsas de la compra (sí, conduce a su edad todavía). Tenía otra expresión en la cara. Me reconoció al verme y quiso compartir conmigo sus novedades: había contactado a través de Facebook con su primer amor de juventud, John, que en ese momento residía en Australia. Habían intercambiado unos cuantos mensajes y estaban planeando reunirse, tras 65 años sin haberse visto. O sea, que la señora dominaba las redes sociales, hacía lo posible por rehacer su vida y estaba lanzada en modo aventurero. Me explicó que a la vez que estaba entusiasmada se sentía culpable, por el recuerdo de su difunto marido, pero que su hija la había animado diciéndole: “mamá, no seas tonta, a tu edad no tienes tiempo que perder”.

La siguiente vez que la vi me contó lo bien que había ido el reencuentro con John y que éste estaba haciendo trámites para venir a vivir con ella durante tres meses. Poco después me la encontré sentada de nuevo en el banco de la puerta de su casa, con las uñas de las manos y de los pies pintadas de un rojo vibrante. “Aquí estoy descansando -me dijo-, que esta mañana he limpiado los dormitorios y las ventanas y ahora voy a limpiar el jardín. No sé si me dará tiempo de limpiar hoy también el coche, es que ya no tengo la energía que tenía con veinte años...”. Atónita me quedé. “¡Señora -le dije-, que yo a mis treinta y pocos años necesito al menos una semana para limpiar todo eso!”. Ni caso me hizo, y siguió describiendo su apretada agenda, que incluía citas en la peluquería, la esteticista y no sé cuántos preparativos más antes de la llegada de su novio. Qué entusiasmo transmitía; “de mayor quiero ser como ella”, pensé. A partir de entonces empecé a referirme a ella como “la abuela yeyé”, a falta de conocer su nombre.

Pasaron los meses, vino John y disfrutaron juntos de su estancia, hasta que él se tuvo que marchar. Pero la pareja tenía más planes: en diciembre iría ella para Australia, a pasar con él unas semanas. Tenía los ojos brillantes como una adolescente mientras me lo contaba y a mí no dejaba de asombrarme su vitalidad y su ilusión por la vida.

Estuve un tiempo sin ver a Wil y, cada vez que pasaba con Kiara por la puerta de su casa, me preguntaba si habría logrado ir a Australia a ver a su querido John. Qué alegría me dió cuando llegó la primavera y allí estaba ella otra vez, tomando el sol con una sonrisa en la cara. Me contó que habían estado tan a gusto los dos durante su estancia en Australia, que habían decidido vivir juntos indefinidamente. Lo harían aquí, en los Países Bajos, donde comenzó su historia de amor cuando tenían dieciséis años.

Este verano he vuelto a ver a Wil, vestida muy elegante y sentada en el banco de la puerta de su casa. Pero esta vez no estaba sola, junto a ella estaba John, que ya vive aquí permanentemente. Me contaron que se han casado y que han publicado su historia de amor y reencuentros en una revista neerlandesa (la que aparece en la foto). Me prestaron la revista para que pudiera leer el artículo y hubo una frase que me encantó, con la que cierro esta historieta: “no nos hemos peleado nunca, sería una pérdida de nuestro tiempo”.

¿Conoces a alguna persona mayor con una vida tan activa e inspiradora?

¡Que pases un buen día! Fijne dag verder!