El maletín de mi tío Paco

Comienzo el año con algo diferente, una anécdota personal, porque, de vez en cuando, no está mal saltarse el esquema habitual.

Cuando tenía ocho o nueve años fuimos a pasar unos días de Navidad a Granada (España), donde tengo familia. Allí recibí un regalo muy especial: mi tío Paco me obsequió con un pequeño maletín de estilo retro, color verde militar, con las esquinas reforzadas, asa de cuero marrón, chulísimo y muy robusto, que pronto se convirtió en mi cofre de los tesoros.

Si bien actualmente llevo una vida bastante minimalista, no siempre fue así. De pequeña me encantaba coleccionar cosas y me parecía que todo era susceptible de ser coleccionado. Con esta mentalidad y mucho tiempo libre por las tardes, el maletín de mi tío Paco me vino como anillo al dedo. Poco a poco y con mucha ceremonia lo fui llenando de chapas, estampas, conchas de la playa, mapas de sitios donde nunca había estado, piezas sueltas del walkman -¿recuerdas los walkman de los años noventa?-, claves para descifrar códigos secretos y más preciados tesoros de diversa índole.

Durante años disfruté del maletín de la siguiente manera: lo abría (con su llavecita), contemplaba lo que había dentro, admiraba su “valor” y luego lo cerraba y guardaba cuidadosamente. Hasta que dejé de hacerlo. Con la edad, los almanaques arrugados de años pasados y los mapas del tesoro dejaron de interesarme, así que poco a poco me fui deshaciendo del contenido del maletín. Sin embargo, éste siempre me siguió gustando tanto por su aspecto como por el recuerdo de quien me lo regaló, por lo que no me deshice de él aunque dejara de usarlo, sino que lo mantuve guardado durante años en el fondo de un armario, entre un montón de trastos.

Entre tanto, crecí y me vine con mi pareja a vivir a Holanda, como ya sabes. En una etapa en que buscaba inspiración para amueblar y decorar mi nuevo hogar, me acordé de una maleta restaurada que tenían unos amigos en su piso y que siempre me ha fascinado y recordado al maletín de mi tío Paco. Así que, sin haber decidido todavía dónde colocarlo, lo rescaté de la casa de mis padres en España y me lo traje en avión a mi nueva casa. “Un maletín viajero”, pensé. Y de ese pensamiento surgió una nueva faceta en la vida del maletín.

Se me ocurrió guardar en él los recuerdos de los viajes que había hecho en los últimos años (monedas, folletos, mapas de lugares donde sí había estado, etcétera), incluyendo también recuerdos de los diversos sitios de los Países Bajos que había ido conociendo durante este tiempo. Así que ahí tengo guardada la entrada al museo Escher (La Haya), el plano del Dolphinarium (Harderwijk), una moneda de Volendam, el pase para el autobús anfibio (Róterdam) y muchas cosas más. En definitiva, mi antiguo maletín de los tesoros se ha convertido en mi maletín de recuerdos de viajes y excursiones, vamos, de los tesoros también, pero con una nueva y actualizada definición de este concepto.

¿Tienes algún viejo objeto de valor sentimental al que le hayas dado nuevo uso? ¿Guardas tú también pequeños recuerdos de tus viajes?

¡Que pases un buen día! Fijne dag verder!